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Escritores Conversos Joseph Pearce Ayer y Hoy de la Historia, Palabra, 2ª edición |
Me ha encantado. Aparte de por su contenido y porque está muy bien escrito y traducido, porque me he reencontrado con viejos amigos como Chesterton, que leí entero en mi juventud, Gill, con el que trabajé la tesis doctoral, y Schumacher, que me alumbró a la socioeconomía. Hay un tema actual que fluye en el libro aquí y allá y sobre el que me gustaría escribir en el futuro: la sociología de la decadencia. Para uno que enseña ahora sociología del desarrollo, me parece que es un resultado previsible acabar hablando de decadencia. Pearce hace a todos sus autores, y son muchos, reflexionar sobre la decadencia de la cultura occidental y en medio de la agitación y del vértigo de la caida, verifica cómo se agarran al clavo salvador de la fe católica para decirle al mundo que efectivamente sin un redescubrimeinto de la Iglesia no hay nada que hacer. En este sentido el libro es de una actualidad y de una proyección radical. Máxime si consideramos que algunas de las lacras presentes más lacerantes, por ejemplo el aborto, no se daban en la época en la que muchos de estos autores tuvieron que taparse la nariz primero y emprender la búsqueda de oxígeno para poder volver a respirar en paz.
Al leer el libro he tenido que reelaborar alguno de mis juicios y he aumentado mi lista de deberes. Así, he hecho el propósito de releer a Waugh, que hasta ahora no me caía muy simpático. Mis tres amigos antes mencionados quedan muy bien descritos. Por otra parte he de ponerme al tanto con lecturas de los escoceses relatados en el último capítulo que no sé cómo había ignorado hasta ahora.
En fin, un libro muy recomendable para la degustación. No me atrevo a recomendarlo a alguien que desconozca la cultura anglosajona, pero para quien la conozca, será una delicia.
Es un gran libro, mejor dicho: es un gran intelectual. Sí, Alejandro triunfa como pensador pero fracasa como predicador. Aquí está muy por encima del tema que trata. El autor intenta salvar la metafísica encontrándole una utilidad necesaria: la de justificar racionalmente a Dios. Para ello Alejandro se basa, no exclusivamente pero sí mayormente, en el argumento de la contingencia. La muerte del hombre le haría incapaz de trascender pero la razón le permite no obstante encontrar un sentido trascendente al existir y ahí es donde habita Dios. Todo está muy bien dicho y además de forma atractiva intercalando diálogos traídos con inteligencia y oportunidad para seguir el discurso. Lamentablemente el lector se queda con la impresión que el autor no consigue convencer sobre la utilidad de la metafísica si bien sí que resulta patente su honradez intelectual y su excelencia como pensador. A uno, que en casi todo coincide con las objeciones que el mismo autor pone en boca del interpelante que aparece en cada capítulo, le entran ganas de escribir otro libro, este sí que para convencer, que podría llevar por título "sociología trascendente". Si el metafísico piensa que sus razonamientos metafísicos deben bastar a un no metafísico para encontrar una justifición racional de la fe en Dios (si bien el autor es lo suficientemente honrado para decir que él no cree por eso), al sociólogo le debe bastar buscar todas esas razones personales por las que creen, tanto los metafísicos como los no metafísicos, y argumentar la prueba del algodón: si usted cree en las experiencias ajenas, crea por ellas. Esto es, tome en cuenta el testimonio de tantas personas razonables que han reconocido haber tenido experiencia interna de la existencia de Dios. Pienso que a mí, caso de no creer, me hubiese convencido más que el autor me expusiese cuál es su experiencia de Dios (las verdaderas razones por las que cree) que toda la argumentación usada en el texto.
El libro es de todos modos un gran logro. Personalmente he tenido que rectificar alguno de mis planteamientos a la luz de los desarrollos seguidos como es el caso de la certera crítica al dualismo que hace Alejandro (por cierto, me gustaría leer una valoración del autor al libro de Punset "El alma está en el cerebro" que va precisamente de esto). No lo aconsejaría a mentes no versadas pues estamos ante un texto breve pero profundo que a veces hay que seguir con trabajo. Tampoco lo aconsejaría a entusiastas esencialistas abanderados de filosofías perennes pues puede provocarles una crisis de desesperanza al poner de manifiesto los límites de un enfoque ya pretérito. Sí que lo aconsejo vivamente a todas esas mentes abiertas que todavía militan en la aventura del conocimiento y que como en cualquier aventura no se asustan de palpar los riesgos que entraña atreverse a pensar en libertad.